Ágora, una película dirigida por Alejandro Amenábar, relata los hechos sucedidos a finales del siglo IV (D.C.) en Alejandría. Con el crecimiento del cristianismo y su coexistencia con la religión judía y el tradicional culto pagano, se produjeron sangrientas revueltas por el dominio religioso.
En ese entonces, el Imperio Romano se estaba derrumbando, pero la provincia de Alejandría continuaba manteniendo su esplendor, gracias a que albergaba la biblioteca más grande que se haya conocido, cuya importancia residía no solo en que era el lugar de estudio y símbolo cultural, sino también era un símbolo religioso.
La biblioteca era el lugar donde los paganos veneraban a sus dioses ancestrales. El término pagano se utilizaba para designar a quienes adoraban a los dioses y, por ende, rechazaban o desconocían la creencia de un Dios único que, según la fe judía y cristiana, se habría revelado en la Biblia.
En el filme, paralelo al contenido de las beligerancias religiosas, también se desarrolla la historia de Hipatia, una filósofa y astrónoma destacada, cuyas investigaciones giraron en torno al movimiento de los cuerpos celestes.
Hipatia pertenecía al culto pagano, por lo que, tanto ella como su círculo social, enfrentaron las consecuencias de las atrocidades cometidas en nombre de la religión cristiana.
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Si esto solo fuera una película de ficción sería más fácil escribir sobre nuestras apreciaciones respecto a la trama, los planos y la calidad actoral. Pero, para vergüenza de la raza humana, estos hechos están basados en historias de la vida real. Y hoy, más de mil 500 años después, seguimos siendo protagonistas de las mismas guerras religiosas, y a mayor escala porque con los años nacieron otras creencias, tan diversas como las culturas que hacen vida en el planeta Tierra.
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La revuelta religiosa expuesta en Ágora se divide en dos momentos importantes. Primero, el alzamiento del cristianismo sobre el culto pagano. Y luego, la ambición de la dominación religiosa por parte de los judíos y los cristianos, luchando entre ellos por tomar el control.
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Tanto en el siglo IV como en el XXI, cada religión impone sus creencias sobre las otras, sus dioses sobre los demás. Compitiendo por posicionar al suyo como el verdadero, obligando al resto de las personas a reconocerlo como el único y a veces, casi siempre, a través de acciones exageradas.
Cada creyente defiende a su dios, lo exhibe como mercancía para que otros lo compren. Lo consideran como el único, el poderoso, desconociendo otras figuras religiosas y a todo aquel que en ellas cree. Si tú no aceptas a mi dios, yo no te acepto a ti.
Hombres iguales se desconocen. Se desprecian a tal punto que cada uno desea la desaparición del otro. ¡Guerra!
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Pero mientras unos se matan por imponer a su dios sobre la tierra, otros se desafían a entender su creación. Astrónomos hambrientos de curiosidad por lo oculto investigan.
En Ágora se plantean las primeras hipótesis sobre el movimiento de los planetas.
Aristarco de Samos sostenía que la Tierra se mueve. Que el extraño comportamiento de las errantes no sería más que una ilusión óptica fruto de nuestro desplazamiento, combinado con el de ellas alrededor del sol. El sol estaría en el centro como corresponde a su dignidad de Astro Rey, y la Tierra sería una errante más. Esta es quizá una de las teorías que más se acercaba a la realidad en aquellos tiempos. Pero también se hablaba de otras, como es el caso de la hipótesis de Tolomeo.
De acuerdo a los estudios de Tolomeo, la Tierra es el centro del cosmos y en torno a ella giran el sol y los planetas Venus, Marte, Saturno, Júpiter y Mercurio, conocidos entonces como las cinco errantes.
Tolomeo demuestra que el sol y las errantes obedecen a la Ley del círculo, y estos se mueven como un bucle debido a la suma de dos círculos: el que recorren alrededor de la Tierra y el círculo menor de cada errante.
Esta teoría es descrita por un estudiante de Hipatia en una de sus clases, donde otro de sus discípulos se rebela, cuestionando con qué autoridad osa su compañero a juzgar la obra de Dios, el dios de los cristianos.
Allí se ve claramente la sumisión y aceptación ciega del creyente, quien no se atreve a cuestionar nada por temor a ofender a su dios.
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Los cristianos, hoy en día, venden a su dios como un ser de amor pero, al igual que en el siglo IV, no lo cuestionan por temor.
Hay un doble discurso, temen a un dios que pueda irse contra ellos por el simple hecho de hacerse un cuestionamiento. ¿Qué clase de amor es ese?
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Como consecuencia de las luchas entre los cristianos y los paganos, el emperador y jefe supremo de las provincias de oriente, Flavio Teodosio Augusto, proclamó una medida que beneficiaba a los cultos cristiano y judío.
“A partir de ahora solo serán consentidos en Alejandría los cultos cristiano y judío. Los sacrificios paganos, la adoración de sus símbolos, las visitas a templos paganos quedan totalmente prohibidos”.
Dicho esto, los cristianos entraron a la biblioteca de los paganos con gritos de aleluya, destruyendo todo a su paso: pergaminos, imágenes religiosas.
Tras la toma de la biblioteca muchos paganos se convirtieron al cristianismo y Alejandría vivió un supuesto periodo de paz. Hasta que iniciaron los enfrentamientos entre judíos y cristianos.
Es para pensar que la figura de un dios puede ser el mayor causante de guerras en el mundo.
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Personalmente, creo que la relación de un dios, de cualquiera que sea la religión, con sus súbditos está basada en lazos de temor más que de amor.
Fijémonos en el discurso: “Nos juzgará a todos, vivos y muertos, y solo quienes hayan creído en Jesús se salvarán”.
Hablan entonces de un dios que juzga, un dios tan egocentrista que solo quien cree en él, quien lo acepta como único, será salvo cuando este mundo se acabe. ¿Qué clase de dios crea un mundo y lo predestina a destruirse junto con la humanidad?
Al escuchar estas palabras, los hombres se verán en la necesidad de convertirse al cristianismo por temor a perecer y no ser salvos.
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Paro aquí para poner en duda mi propia apreciación sobre los dioses basándome en algunas teorías periodísticas sobre la objetividad y subjetividad, y sobre cómo el entorno influye en la interpretación del discurso.
Se supone que todas estas son palabras de Dios, pero en realidad son pronunciadas por la boca del hombre. Es natural que, como seres subjetivos, tergiversemos la palabra, manipulemos las escrituras para convencer al otro.
El hombre es imperfecto y esa imperfección genera calamidades.
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En la película, los hombres quieren imponer sus creencias sobre las del resto. Consideran que todo lo que hacen en otras religiones es un irrespeto a su dios, y esa ofensa debe ser vengada con castigos tan atroces como la muerte misma. Todo en nombre de Dios.
En el caso del cristianismo, las acciones no van en concordancia con el dios piadoso que profesan.
Hubo una escena que me sorprendió mucho: Luego de un enfrentamiento entre los cristianos y los judíos, Davo, un esclavo de Hipatia convertido al cristianismo, pregunta que, si Jesús perdonó a los judíos en la cruz, por qué ellos no hacían lo mismo. Ante esto, otro cristiano lo reprendió por atreverse a compararse con Jesús.
Davo calló.
El hombre se vuelve incapaz de rebelarse en contra de la religión a la que pertenece, cometiendo cada atrocidad en contra de su voluntad, por seguir los dictámenes de sus líderes religiosos en la tierra.
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Estas guerras provocadas en nombre de los dioses son absurdas. A final de cuentas, la humanidad nunca sabrá a ciencia cierta cuál es el verdadero, si acaso todos lo son, o, por el contrario, si en realidad ni siquiera existe un dios.
El único resultado de estas batallas es la división. La pérdida total del amor.