Está bien, se acabó, dejémonos tranquilos

Dedico esta entrada al poeta Amílcar Márquez Reverand, como un gesto de agradecimiento, porque sus poemas compilados en el libro «Estas cosas que yo escribo», fueron el reflejo de mis sentimientos respecto a un desamor de la infancia.
En sus palabras vi mi roto corazón. En aquel momento estuve segura de que se compondría, hoy ya está dado por hecho.
Espero que su corazón, como el mío, ya haya cicatrizado.
Siempre había dicho que el amor es verdadero solo si los dos lo sienten. El mío lo creía amor pero, si adopto mi propio dogma, es obvio que estuve equivocada.
Es duro aterrizar en una realidad no deseada. Mas, vivir en la fantasía no es vivir.

Aquí les dejo:  Está bien se acabó y te dejo tranquila

Está bien se acabó y te dejo tranquila
y me llevo mi rabia y mis celos conmigo
y me llevo la magia de mis tiernas caricias
y también los momentos que disfruté contigo
de manera que entonces tú te quedes vacía
de manera que yo no me quede vacío.

Está bien se acabó y te dejo tranquila
y me llevo mis besos y mis torpes pellizcos
y me llevo también mi estúpida manía
de sin tener motivos ponerme un poco arisco.

Está bien se acabó y te dejo tranquila
con quienes te rodean y dicen que te quieren
con tus caprichos tontos tu malcriadez de niña
con tus mañanas flojas y tus atardeceres.

Está bien se acabó y te dejo tranquila
con tus kilos de más y tus dietas de mentira
con tus inventos raros que hacías en la cocina
que después con tu magia los convertías en comida.

Está bien se acabó y te dejo tranquila
con tus clósets abiertos, las luces encendidas
con el televisor prendido todo el día
tus besos mañaneros de decir buenos días
y también los que usaste en nuestras despedidas.

Y me llevo conmigo mi humor de ermitaño
mi fingida sonrisa, mi tristeza perdida
y me llevo también el resto de mis años
junto con mis locuras y mi estrecha alegría
porque ya comprendí, que aunque me haga daño
que está bien se acabó y te dejo tranquila.

Almílcar Márquez Reverand

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Benedetti: No te salves

 No te quedes inmóvil
al borde del camino
no congeles el júbilo
no quieras con desgana
no te salves ahora
ni nunca
no te salves

No te llenes de calma
no reserves del mundo
solo un rincón tranquilo
no dejes caer los párpados
pesados como juicios
no te quedes sin labios
no te duermas sin sueño
no te pienses sin sangre
no te juzgues sin tiempo

Pero si
pese a todo
no puedes evitarlo
y congelas el júbilo
y quieres con desgana
y te salvas ahora
y te llenas de calma
y reservas del mundo
solo un rincón tranquilo
y dejas caer los párpados
pesados como juicios
y te secas sin labios
y te duermes sin sueño
y te piensas sin sangre
y te juzgas sin tiempo
y te quedas inmóvil
al borde del camino
y te salvas,
entonces,
no te quedes conmigo.

Mario Benedetti
1920-2009

A quien influye sobre mí: Coloquio bajo la palma

El ser humano nunca es realmente auténtico.
A pesar del esfuerzo incansable de ser original, siempre habrá alguien que ejerza influencia sobre él.
Siempre habrá algo que le indique la pauta.
A esa persona que influye sobre mí, le dedico este poema de Andrés Eloy Blanco.
A esa persona, quien me lo enseñó desde pequeña para que con él marcara mi pauta.
A continuación, Coloquio bajo la palma.

Lo que hay que ser es mejor,

y no decir que se es bueno,

ni que se es malo,

lo que hay que hacer es amar

lo libre en el ser humano,

lo que hay que hacer es saber,

alumbrarse ojos y manos

y corazón y cabeza,

y después ir alumbrando.

Lo que hay que hacer es dar más

sin decir lo que se ha dado,

lo que hay que dar es un modo

de no tener demasiado,

y un modo de que otros tengan

su modo de tener algo.

Trabajo es lo que hay que dar,

y su valor al trabajo.

Y al que trabaja en la fábrica.

Y al que trabaja en el campo.

Y al que trabaja en la mina.

Y al que trabaja en el barco.

Lo que hay que dar es todo,

luz y sangre, voz y manos,

y la paz y la alegría

que han de tener aquí abajo,

que para las de allá arriba

no hay que apurarse tanto,

si ha de ser disposición

de Dios para el hombre honrado

darle tierra al darlo a luz,

darle luz al enterrarlo.

Por eso quiero, hijo mío,

que te des a tus hermanos,

que para su bien pelees

y nunca te estés aislado;

bruto y amado del mundo

te prefiero a solo y sabio.

A Dios, que me dé tormentos,

a Dios que me dé quebrantos,

pero que no me dé un hijo

de corazón solitario.

 Andrés Eloy Blanco (1896-1955)

Te amo Gema Soto, gracias por influir.