Del perdón y autoreconocimiento del latinoamericano

Desde que tengo conciencia de mí, siempre he escuchado al mundo entero referirse a Latinoamérica como el tercer mundo, como la región subdesarrollada, el residuo de la civilización, tierras marginales sin ninguna oportunidad de mejora. ¡Pobres de quienes viven allí!

Esto es ofensivo. La verdad es que no entiendo por qué lo permitimos. Y peor aún, hacemos eco de esos descalificativos. Asumimos como ciertas esas afirmaciones, percibimos nuestra realidad de acuerdo a ellas.

Recientemente he tenido una serie de encuentros con un grupo de personas de pensamientos diversos, donde reflexionamos alrededor de textos que plantean esta misma problemática.

Uno de ellos, y tal vez el que captó más mi atención, es el resultado escrito de la conferencia “El pensamiento europeo latinoamericano. Reflejos y problematizaciones”.

El orador piensa en América Latina como una prolongación de Europa y, como consecuencia, que todas las cosas europeas pueden ser cultivadas aquí. La filosofía es una de esas “cosas europeas” que también debe concernir a Latinoamérica por ser esta una “prolongación”.

La filosofía es un término referido a las reflexiones sobre la esencia, las propiedades, las causas y los efectos de las cosas naturales, especialmente sobre el hombre y el universo. Entonces, a partir de aquí me formulo una interrogante ¿quién determina que algo tan abstracto como la filosofía pertenezca a tal o cual región?

El conferencista cuenta que se fue a estudiar filosofía a Europa “para estar dentro de la cultura a la cual pertenecíamos”. Y es cierto, nosotros, los llamados latinoamericanos, por ser el resultado de un cruce racial luego de las colonizaciones, llevamos dentro la cultura europea, que se combina con la africana y la americana nativa, creando tal vez una megacultura superior a las tres anteriores.

Pero si filosofar es reflexionar, y las reflexiones vienen dadas a través de pensamiento, y pensar es una capacidad individual innata, inherente a todo ser humano, ¿por qué hay que trasladarnos a algún lugar para aprenderla?

Pero en fin, así como yo, el conferencista se dispuso a pensar sobre sí mismo y su situación en el mundo.

***

Yo soy Eliezka Enmaely García Soto. Nací en el año 1990 en la capital venezolana, dentro del territorio latinoamericano. No me considero tercermundista ni residuo social. No creo que deba irme a otro continente para mejorar como persona.

Yo, Eliezka Enmaely García Soto, pisando aquí o pisando allá, bajo el crepúsculo larense o la aurora boreal de Noruega, tengo todas las capacidades para hacer de mí una mujer mejor, desarrollada, civilizada, capaz de convivir en armonía con el resto, inteligente, decente, orgullosa. Soy esto y más, y no soy europea, soy latinoamericana.

Estamos acostumbrados a compararnos con otras culturas, pero siempre para desconocer la nuestra y reconocer la otra. Nos preguntamos por qué no podemos ser como ellos y hacemos cualquier intento para imitarlos. Lo que no tomamos en cuenta es que hay factores, circunstancias y realidades que son propias de América Latina.

No con esto quiero decir que debemos conformarnos con subsistir en la realidad en la que vivimos, que, aunque no está tan mal, aún persisten oportunidades de mejora que debemos resolver pronto.

Pero entonces, ¿qué debemos hacer?

Antes de juzgar el comportamiento del latinoamericano y opinar sobre lo que debería hacer, tenemos que conocer parte de los antecedentes.

El conferencista cuenta que los españoles y portugueses que vinieron a América en la época de la colonización llegaron luego de una guerra en sus tierras para excluir a los judíos y mahometanos. Es decir, llegaron a América con una actitud excluyente que venía de atrás, rechazando al que es distinto.

Cuando llegan a nuestro continente retoman esa actitud. Nuestros aborígenes eran excluidos de sus propias tierras, siendo aceptados solamente mediante una incorporación forzada a la cultura europea, destruyendo las ya existentes aquí.

En la región hubo una gran masacre a causa de esta invasión que pretendieron con éxito los europeos. Para los aborígenes era mantenerse fiel a su cultura y morir, o vivir perteneciendo al grupo dominante bajo una relación de esclavitud.

Desde entonces han pasado más de 500 años. Y con ellos han venido guerras, más muerte, más europeos en nuestras tierras, africanos traídos a la fuerza, violaciones, despojos lágrimas, luchas, sangre, dominaciones, mestizaje, dolor, multiculturalidad, aceptación, desprecio, resentimiento.

***

Ahora que lo pienso, ¡qué irónico! Hoy, los países europeos tienen grandes construcciones y mayor estabilidad económica, tal vez gracias a todas las riquezas que robaron de nuestras tierras siglos atrás.

Hoy el rico se burla del pobre por la condición que él mismo le produjo. Y el pobre resiente del rico y envidia las riquezas que en un principio fueron suyas.

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Y así estamos, en una relación compleja de odio y admiración, de familiaridad y reniegos. Como el hijo que reniega del padre porque este lo despreció. Sin embargo, en el fondo de sus corazones hay una leve llama de amor que solo necesita oxigeno para reavivarse, pero mientras caigan torrenciales lágrimas de dolor, rencor, orgullo y desprecio, esa llama se verá en peligro de extinción.
Nos dirigimos al otro despectivamente como “ese”. El extranjero no se refiere a nosotros como a un igual sino como al latino, que tiene características específicas y es por esas especificidades que jamás podremos ser iguales.

Pero seamos justos, ellos no son los únicos que lo hacen. En el caso de nuestros vecinos del norte, ¿cuántas veces no nos hemos referido a ellos como “los gringos”? Nos burlamos de su nacionalidad.

¿Es que acaso se es menos por el lugar de nacimiento? ¿Por qué debe ser causa de señalamiento la nacionalidad?

Percibimos al otro como alguien de diferente nivel al propio. El extranjero percibe al latino como un ser inferior, y el latino al otro como uno superior. Si es del sur se supone que sea malo o de poco valor, pasa lo contrario si es de Europa o Norteamérica.

***

Esta es una problemática que ha persistido por siglos, pero que se resolverá. De eso estoy segura. No será hoy, ni dentro de uno o diez años, pero se resolverá.

No tengo el remedio exacto, pero tal vez podemos empezar por reconocernos a nosotros mismos como seres extraordinarios, tanto individual como socialmente. No importa donde hayamos nacido, somos grandes, poderosos y capaces.

Perdonemos al otro por algo que no cometió él sino su antepasado, y que no nos afectó directa e inmediatamente a nosotros sino a nuestros aborígenes.

Y más importante, pidámonos perdón a nosotros mismos por menospreciarnos y creernos lo peor cuando en realidad no lo somos. Por autoflagelarnos, porque a pesar de que en el pasado nos vendaron los ojos, hoy, ya caída la venda, no somos capaces de observar la grandeza que nos rodea.

Nos invito a sentirnos orgullosos de lo que somos, porque nuestras virtudes nos exaltan y las debilidades representan oportunidades de mejora para superarnos.

No nos victimicemos ni idealicemos al europeísmo. Tomemos lo mejor de él y combinémoslo con el africanismo y con nuestras propias características latinoamericanas, para hacer de nuestra región algo mejor.

Para hacer de nosotros seres mejores.

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